Mentir para convivir en el trabajo

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¿Mecanismo social, manipulación o hábito?

Diría Alfred Adler, Psicólogo Humanista en 1935 “La mentira no tendría espacio ni propósito si la verdad no fuera percibida como peligrosa”.

Hay qué reconocer que somos educados moralmente de niños para evitar la mentira, aprendiendo a sentir culpa cuando recurrimos a ella y vergüenza cuando somos descubiertos.

Sin embargo; la contradicción social ha de venir en la adultez cuando la autoridad en nuestros espacios profesionales “re-modelan” esta conducta moral, enseñándonos las virtuosas “excepciones” de maquillar la verdad para conseguir que nuestro CV sea elegido, que nuestro jefe nos ofrezca una promoción, no ser penalizados por un error      que puede costarnos nuestro trabajo, etc.

Entonces entramos a un área gris de la moralidad, dónde hay “excepciones” y estas no nos atrevemos a llamarlas “mentiras”, sino conductas necesarias y normalizadas para subsistir como competitivos en el medio laboral.

Tantos libros, entradas de blog, series de TV, con títulos provocadores que nos incitan a “pretender hasta lograr el éxito”. Vendiendo fórmulas de “alteración de la realidad” para ser atractivos en un mercado laboral competido y cambiante.

La mentira no tendría espacio ni propósito si la verdad no fuera percibida como peligrosa”.

Alfred Adler, Psicólogo Humanista

Pero es la mentira ¿siempre necesaria?

Es la mentira ¿sólo molesta cuando alguien más la dice?

¿Es justificable (y por tanto es “noble”) cuando se evita perder algo?

Lo normal no es moral, ni inmoral. No es “bueno”, ni “malo. No es “sano”, ni “insano”. Solo es una conducta altamente frecuente en la población a la que pertenecemos (llámese centro de trabajo) por tanto es “aceptada” (porque todos lo hacemos, shhhhh).

Corporaciones con discursos más orientados a la responsabilidad social, a la promoción de la salud mental, a las estrategias de retención en este 2025. Y en contraste, tenemos una cultura laboral de la mentira normalizada.

Como bien apuntaría Adler casi 90 años atrás; sufrimos de una incapacidad para aceptar la realidad. Para escucharla, verla, manejarla sin susceptibilidades. Nos cuesta tanta incomodidad la verdad que elegimos aceptar la alteración de esta e ignorar nuestros instintos que claramente nos alertan que lo que vemos, oímos, sabemos no es consistente o lógico.

Esta “discapacidad” de nuestro inconsciente colectivo se ha generalizado y arraigado tanto en nuestra cultura que nos es imposible aceptar la verdad con toda la angustia e incomodidad con la que se presenta y preferimos “postergar”, elegimos creer por una comodidad inmediata.

Nos hemos hecho blanco fácil de ese porcentaje mínimo (pero altamente letal) de la población mundial que lidera las grandes riquezas, los grupos de poder (político, empresarial y religioso), esos que en su Narcisismo o Psicopatía flagrantes mienten para manipular.

Pero estamos tan aceptantes y participantes de la mentira como hábito social que, si no nos descubren a nosotros, tampoco descubrimos al otro.

Dice la premisa máxima del poder y la manipulación “no importa cuál es la verdad, sino cuál es la percepción, la percepción motivará una emoción y la emoción le cree a todo”.

Queremos probidad y honestidad en nuestros colaboradores ¿pero somos ejemplo de ello en nuestra comunicación, en nuestro trabajo?

1.- Usamos la mentira inicialmente como un mecanismo para agradar o competir.

2.- Después descubrimos el “arte” del efecto de una pequeña alteración de la realidad para conseguir algo de otro.

3.-Y finalmente, normalizamos tanto su uso justificado por nuestro medio que es un hábito aceptado.

Pero en estas décadas desde Adler nos hemos hecho una comunidad que, por su incapacidad para aceptar y manejar la incomodidad de la verdad, se ha vuelto cada vez más vulnerable a la manipulación de los profesionales de la mentira, porque somos cómplices y víctimas.

la palabra enseña, pero el ejemplo arrastra”

Paulo Freire

La verdad es la única manera de generar una Cultura organizacional de la honestidad y la legalidad. No hay más. 

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